Llegué a la entrevista de trabajo esperanzado. La reconocí de inmediato: ojos profundos, cabello castaño como para recordar una prosa de Baudelaire, labios finos y marítimos. Pensé en que ella no me reconocería después de tanto. Cruzó sus piernas alegres, miró la hoja de referencias y luego me miró a mí: su mirada me atravesó como el alfiler a las alas de las mariposas. Todos los recuerdos que habíanse olvidado volvieron a mi norte, semejantes a las bandadas de aves que migran cada año y que vuelan hacia el alma. Entonces, suspirando, acomodó las hojas de archivos incontables y sacó de entre ellos el mío; la línea de sus labios se disipó siendo esto como el preludio, el comienzo de la entrevista laboral. Soltó de su voz de céfiro la primera pregunta:
– ¿Aún me amas?
– ¿Aún me amas?
No supe responderle.
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