viernes, 4 de febrero de 2011

Siempre me dejas

1
Fueron novios el tiempo que les duró el beso y la cachetada. Ella, renegando un éxtasis póstumo, se entregó al futuro y se rompió las manos con él, o rompió su agarre de manos, o le soltó. Él, escuálido como él mismo, se hacía el bobo. Lo siguiente fue el no me dejes y el te quiero que creían salvación.
2
Soy un niño pequeño inseguro de lo que ve, pero tengo estos ojos, estos ojitos. Hoy vieron algo irrefutable -hoy aprendí en clases lo que es irrefutable-.  Qué feo. No creo que seres como los pájaros o los delfines tengan estos dilemas -dilemas me lo enseñó mi mamá-, ni siquiera las orugas, arrastrándose todo el bendito día… Bueno, no me gustó lo que vi. Fue melodramático -melodramático yo ya sabía lo que era-.
3
Estaban llorando, y Esteban miraba. Lloraron tanto que los ojos parecieron magnolias marchitas, y, ante sus pies, dos charcos de lágrimas se unieron para tumbar el puente de las hormigas. Las manos a los costados y esa obviedad de que nunca leyeron Instrucciones para llorar, de Cortázar.
4
Luego del llanto me fui. Eran cosas que a mí no tenían por qué interesarme, pero casi como si me afectara en algo, la preocupación siguió. Si le contara a mis papás dirían que no tengo la edad para entender y me harían leer El Pegaso y La Yegua, de Dublín, pero ya lo he leído y releído lo suficiente como para saber que Yegua huye de Pegaso porque teme que éste la enamore y se vaya volando, y que eso es aplicable a la vida real.
5
Entonces el me voy y el portazo. Entonces el charco pareciendo una pequeña piscina con cloro de más que las hormigas temen disfrutar. Él, sentado en el borde de la cama, evoca el parentesco entre su lengua y la de Ella; y le entran esas ganas de caminar a su lado y de decirle que el mundo dejaría de estar jodido cuando se amaran. Entonces extiende lánguido una mano hasta la mesita de noche y extrae la -no una- pistola.
6
No leer por ahora y sí manejar la bicicleta, jajá. Cantar las canciones de las rondas del colegio con el mismo ahínco de un grillo… ¡Pfft! ¡Chasbrampak! ¡Auch!... Ay, mi bicicleta… y mi rodilla lastimada.
7
Transferir el peso de un crucero a sus pasos habría sido lo mismo o nada dado el ímpetu de su caminar. Su sonrisa pesaba lo mismo que un remo. El arma la llevaba en la mano derecha como se lleva cualquier bolsa de víveres, con una templanza lejana a lo quebrantable y ajena a cualquier bicicleta rota o niño lastimero. Ella, a unos metros, se detuvo y giró sobre sí con la gracia que tiene una magnolia que no se ha marchitado todavía. Abrió los ojos. Él, arremolinado en sus pensamientos, caminó en línea recta hasta que los metros fueron sólo pasos, y levantó la mano. Ella, Ella nada.
8
¡En qué lugares y a qué horas vengo a parar! Si algo sé, sin duda alguna, mejor de lo que sé de dónde vienen los bebés, es que soy demasiado chico como para presenciar…
9
¡Bang! El proyectil voló la distancia entre ellos y despareció en Ella, quizá dentro, quizá en su piel nevisca y pecosa, dejando en ese punto exacto de su blusa un color más oscuro. Lo cierto es que nadie se movió un centímetro, nadie más que Esteban, que con un espasmo último se desmayó sobre la acera.
10
Esteban soñaba con pistolas de agua.

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